Una antigua fábrica de marroquinería de 700 m y dos plantas es, ahora, Ovillo. Javier Muñoz- Calero Calderón se quedó prendado de este espacio y vio el escenario perfecto para cumplir su sueño.
Diáfano, con claraboyas por donde la luz del día se cuela e ilumina el lugar y por donde se escucha caer el agua los
días de lluvia. El cocinero no quería un edificio cerrado en la jungla urbana y Ovillo aprovecha el espacio para
establecer la cocina y las estancias y crear un ambiente luminoso, amplio, pensado para empaparse de la armonía
que reina. La cocina, vista; en la sala, espejos de estilo Isabelino de anticuarios del Rastro de Madrid que
contrastan con un aire marcadamente industrial, que conserva las antiguas mesas de trabajo con los cajones donde se guardaban los hilos para coser las piezas de bolsos y carteras, toda una señal.